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Entre gestos y silencios

Abunda el cine «plasta» en esta edición de Cannes, las mediocridades pretenciosas, el apoyo oficial a todas las perestroikas del planeta, el desprecio de los organizadores hacia lo que no guarde relación con «la douce France», la burocracia ineficiente, las putas de superlujo, los mirones de toda especie y condición, y los motivos de risa.

El más notable hasta el momento son las declaraciones de Sylvester Stallones, afirmando que ya no le interesa la política y que la única lucha que merece la pena es la ecologista.

También adelantó que la próxima heroicidad de Rambo estaría relacionada con esa causa tan noble. Si los integrantes de Greenpeace no han perdido la lucidez deberían de correr a pedradas a este animal tan desvergonzadamente oportunista. Algunos, acabamos de sentir algo parecido a la emoción -sensación bastante inencontrable- gracias a Bertrand Tavernier y a su adulta, sutil y hermosa película «Daddy nostalgie». Jane Birkin -tan lista, andrógina y atractiva como siempre y un Dirk Bogarde en forma, -reprimiento la histeria y la «pluma» habituales y ofreciendo la mejor ténica, presencia, sensibilidad y talento- interpretan a un padre y a una hija profundamente enamorados, que se reencuentran, se comprenden, se divierten, y se despiden, con la certidumbre de que el tiempo vital del primero está a punto de acabarse.

Tavernier filma pequeños y reveladores gestos, silencios que expresan muchas cosas, diálogos a corazón abierto, recuerdos, paisajes intensos que la mirada quiere atrapar por última vez, calor humano, deseos de luminosidad y de plenitud, con una inteligencia y una delicadeza admirables. El director de Round midnight y de Coup de torchon se está convirtiendo en el digno seguidor de una tradición humanística, en el sentido menos blando y más noble, que ha engrandecido al cine francés, y que tiene a Renoir y a Truffaut como antecedentes ilustres.

Daddy nostalgie es cine sobre los seres humanos y sobre sus sentimientos, sobre la comunicación como único refugio contra la intemperie, sobre la pérdida afectiva y la necesidad de seguir adelante sin apoyarse en muletas y salvaguardando los recuerdos que nos han enriquecido. Para dosificar nuestro entusiasmo y no caer en la ingenua esperanza de que las restantes películas van a tener una calidad similar a esta Daddy nostalgies, el pragmatismo de los organizadores nos ha obsequiado con otro pestiño del Este, que había sufrido las iras de la censura a lo largo de una década.

La oreja, dirigida por el checo Karel Kachyna, va de experimental y de simbolista. Narra la crisis y la paranoia de un matrimonio de diplomáticos rusos, residentes en Checoeslovaquia, que están obsesionados con la sospecha de que les espían. En sus mejores momentos huele a mal remake de ¿Quién teme a Virginia Woolf? y en los peores, al insufrible tonillo de aquel cine con mensajes retorcidos y factura soporífea que tanto deslumbraba en los cineclubs españoles de hace veinticinco años. Entre las últimas stars llegadas a Cannes puedes asistir al milagro de que al abrirse la puerta del coche que se detiene a tu lado te encuentres con Nastassja Kinsski, la mujer más guapa y turbadora del cine actual, pero también la desagradable sorpresa de comprobar que la causante de un tumulto que paraliza el tráfico es una pepona inexpresiva y hortera como Brooke Shields. En cuanto a los cineastas auténticamente grandes, les ves pasar de puntillas, y con expresión de alucine ante la indescriptible mercadería de pompa y circunstancias que supone el festival de Cannes.

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