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Cómo prepararse para el fin del mundo

Habrá discrepancias y fantasías sobre el significado de que se acabe el 21 de diciembre de 2022, pero el calendario maya es una prodigiosa prueba de ciencia astronómica de una civilización de hace más de 3.000 años. Y ahora inspira un gran bombazo cinematográfico, con la película apocalíptica de dos horas y media de Roland Emmerich. Este lego no hace crítica de cine (no soy tan sesudo) pero no se resiste a compartir algunas pistas para ayudar a ver el filme con aires de enteradillo.

Neutrinos. La peli les echa la culpa del desastre. Pero es una partícula subatómica con baja energía y sin masa, o casi sin ella, que sólo interactúa con las fuerzas débil y gravitacional. La imaginó Pauli, porque no le salía el principio de conservación de la energía en sus ecuaciones sobre la radiactividad beta. Luego lo demostraron Cowan y Reines. Dice Stephen Hawking que quizás se acumula en los confines del Universo formando una materia oscura que detendrá la expansión del Big bang.


Un Yellowstone. Es un súper volcán, sí, que ya ha estallado al menos en tres ocasiones arrasando Norteamérica. La última, hace 640.000 años. Quizás ya le toque, otra vez.

Cenizas volcánicas. Las imágenes de nevada de cenizas no ha tenido que inventárselas Emmerich: se han visto de modo real en erupciones recientes. En especial, cuando en junio de 1991 estalló el Pinatubo. Las tomas también recuerdan Manhattan el 11-S. Pero, ¿puede un avión volar unos segundos entre las nubes de ceniza volcánica recién expulsada? Al ser lanzadas contienen abundantes partículas de piedra fundida y una elevada temperatura. Las cenizas y el barro volcánico momificaron a los habitantes de Pompeya. El peor enemigo de casi todas las máquinas es el polvo que, sediciosamente, se va colando por las ranuras de ventilación. ¿Cómo podrían soportar las turbinas una entrada masiva de polvo ardiente?

Deriva de los continentes. Alfred Wegner lo teorizó en 1915, pero ya era evidente para Francis Bacon en 1620: cualquiera puede ver cómo encajan las costas de América del Sur y África. Los continentes se mueven, en flotación de la litosfera sobre la astenosfera. América se separa de Europa y África a vertiginosas velocidades de unos milímetros al año. Si, de repente, un continente se moviera 2.500 kilómetros en horas, del cataclismo oceánico no se salva ni el apuntador.

Ingeniería. La tecnología podría salvar la continuidad de la Humanidad, pero no con ingenieros tan bobos que dejen una obra faraónica al albur de la desgracia, inutilizada sólo porque no se cierre un portón, cuando tienen margen para aislar cada zona con exclusas. Todo sea por el dramatismo cinematográfico. Muy entretenido, dicho sea de paso.

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