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Contra el Niágara

Yorling María Ubeda parece una muchachita. Con sus ojos negros, grandes y abiertos, en expresión de continuo asombro, y su sonrisa incipiente, inacabada, siempre a punto de interrumpirse, muestra la increíble confianza que sigue teniendo en los seres humanos. Yorling, mientras sus labios van desgranando una historia de atrocidades infrahumanas, deja ver unos hierros de ortodoncia que todavía le prestan un aire más adolescente.

Yorling estuvo seis años prisionera de los «contras», esos enemigos de la patria, Nicaragua, que han convertido el asesinato, el secuestro, las violaciones, las torturas y las matanzas de civiles, campesinos y trabajadores, en «la legítima guerra de unos luchadores por la libertad», gracias a las mixtificaciones que el Pentágono consigue en la información internacional. A la hija de Yorling, de diez años -que arrastraron con su madre cuando los «contras» asaltaron el poblado, mataron a varios hombres e incendiaron las pobres casas y los campos que trabajaban, también la violaron.

A Yorling le arrancaron brutalmente del regazo a su última hija recién parida, que contaba diecisiete días. Yorling la reencontró cuando cumplía seis años. Seis años en celdas donde sólo se podía sobrevivir en cuclillas o en cuevas excavadas en la tierra, mientras el frío de las altas montañas de Honduras hería los cuerpos desnudos. Seis años de torturas, que superan la monstruosidad de aquella República de Saló, que entre Sade y Pasolini convirtieron en un monumento cinematográfico a la atrocidad humana.

Durante seis años Yorling fue violada repetidas veces. Cuando sacaban de la jaula o de la cueva a las mujeres para servir sexualmente a sus verdugos, unos individuos que se llamaban médicos, estadounidenses, les inyectaban una sustancia tranquilizadora. Se aseguraba así la pasividad de la víctima. Durante cuatro años Yorling pensó que su fisiología ya no funcionaba, pero no tuvo tanta suerte, y al fin también ella quedó embarazada, y tras el habitual plazo que inexorablemente la naturaleza establece, dió a luz otro hijo. En el parto la asistieron los mismos médicos estadounidense del campo.

Después Yorling fue trasladada a una finca hondureña que había sido expropiada por los contras. Allí debía guisar para todos ellos, pero la propietaria, poco amiga de revoluciones, pero ciertamente molesta por aquella peligrosa compañía, se apiadó de la víctima. Con su ayuda, Yorling alcanzó un día la salida del campo, son su hijo de dos años en brazos, y logró llegar hasta donde se encontraban sus otros cuatro hijos, también encarcelados. Los seis pares de pies, tan pequeños, recorrieron kilómetros de campos, de maniguas, de cosechas, de ríos, de piedras, de selvas, de montes, hasta que la frontera de Nicaragua se abrió ante ellos y la patria los acogió de nuevo como la madre que siempre les esperó. Un niño se rompió un brazo en el camino, la pequeña, de seis años, se hirió los pies y se le infectaron. A todos les quedan por curar todavía muchas heridas. Anduvieron sin parar, ni de noche, durante tantos días que no puede recordarlo. «Nunca supe cuanto tiempo tardamos en llegar a Nicaragua. Estábamos bastante lejos, en el centro de Honduras». Y Yorling sonríe nuevamente mostrándome los hierros de sus dientes postizos donde también quedarán para siempre cicatrices. Yorling es sólo una de los 8.000 prisioneros que «la contra» con sus amigos estadounidenses, todavía mantienen encerrados.

Campos de concentración donde se perpetra hoy, exactamente ahora, este moderno genocidio contra el pueblo de Nicaragua, ante la indiferencia -¿o el placet?- de todos los gobiernos «democráticos» de Centroamérica y de Estados Unidos y de la CEE y de España. Con el permiso -¿y la satisfacción?- de políticos, intelectuales, filósofos y agencias de información, que emplean millones de dólares y millones de palabras cada año en hablar de los Derechos Humanos.

María Auxiliadora Martínez de Cortez que acompaña a Yorling es la madre de Ana Julia Cortez Martínez, una maestra integrante de la Brigada de alfabetización «50 Aniversario». Desde septiembre de 1984, Ana Julia vive en las mismas condiciones que soportó durante seis años Yorling. Ana Julia Cortez Martínez, Mercedes Rivas Obregón y Luis Blandón son algunos de los secuestrados y encarcelados por la «contra». La mayor parte de ellos se encuentran en parajes perfectamente localizables en territorio hondureño. Perfectamente conocidos por muchos corresponsales de grandes medios de comunicación del mundo. Todos los que emplean tantos y tan grandes recursos como disponen para ocultar a la opinión mundial la verdadera masacre organizada contra el pueblo de Nicaragua.

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