Esta España nuestra

Giménez Caballero sostenía que los libros encuentran en el frío su natural paraíso y son por ello en los países del norte donde se hallan más a su placer y donde, naturalmente, son más solicitados y leídos. ¿Tendría razón? Sin embargo de unos años a estos días ya calurosos, los editores y libreros luchan porque la letra impresa encuentre un lugar al sol y acompañen al viajero en sus, por otra parte, merecidas vacaciones.

Así hemos llegado a distinguir entre libros de verano y de invierno, como si todo libro, por el mero hecho de serlo, no fuera para todas las estaciones. Como por otra parte el verano cultural vive la resaca de la recién acabada feria del libro madrileña, nos hace pensar que aquellos éxitos (por cierto no tan brillantes este año) acompañen, más frecuentemente que los más olvidados, al veraneante en su casi siempre arduo veraneo. Por ello Terenci Moix y sus afiladas garras viajará a Mallorca, quizá al lado del carmesí de Gala o De cómo ser mujer y no morir en el intento.

Es muy posible que también viaje lo suyo El contenido del corazón de Sánchez de Dragó y Las edades de Lulú y los escarceos y cachondeos celianos, divertidos como pocos para una tarde al sol. Y muchos más. Quizá Gurb, el entrañable y humano extraterrestre conocerá paisajes y modos de vida que podrá comparar a los de su Barcelona inicial. Sí. Y La sonrisa etrusca y tantos otros.

Porque es cierto que algunos de ellos, los más jaleados por la crítica, los que han ocupado durante más tiempo las listas de los más vendidos, los que por una u otra razón, se han puesto, sin saber por qué, muchas veces de moda, tienen o tendrán su sitio asegurado en la maleta del verano. Sin embargo otros, con tantos y a veces con más merecimientos, se quedarán una vez más en el estante o en las librerías, cansados de ofrecerse en vano y sin que nadie haya escuchado sus gritos de socorro, sus ansias de viaje. (Gonzalo Santonja y Pepe Briz vieron hace pocos días en una librería de Santiago de Compostela, en su repleto escapariate, la llanada angustiosa de un libro, cuya faja decía: «Lléveme a su casa. Llevo más de ocho meses en este escaparate».

Aunque en este caso, el libro no mereciera ser escuchado. Se trataba de Yo, el hermano, del inefable autor Juan Guerra. Perdonen el inciso, pero me ha sido imposible no contarlo). Pues bien, y aún a riesgo de no ser escuchado, bien quisiera, y por mi propia y personal cuenta, añadir algunos títulos que merecen, también, sin excluir a nadie, pues en el mundo y en este caso concreto en el verano, hay sitio para todos. Ahí van, pues, algunas concretas sugerencias. ¿No ha reparado el posible lector que un diario de la capital ha regalado nada menos que el Quijote en seis manejables volúmenes? Esta curiosa y singular edición de tan irrepetibles páginas, bien que merecería su atención y su tiempo ocioso. ¿Y por qué no viajar con Galdós, con Fortunata y Jacinta o con el Silvestre Paradox barojiano?

Las posibilidades de elección son, créanme, casi infinitas. ¿Y por qué olvidar la poesía? Casi una leyenda de Claudio Rodríguez. ¿Y por qué no recordar a Celaya? O a Pepe Hierro o a Angel González. O releer. Volver a traer a la memoria esos libros ya casi olvidados y que, sin embargo, de tiempo en tiempo, nos iluminan con un paisaje, con una acción, con una leve historia. No hay mejor tiempo que el verano para rememorar el pasado literario, el verso ya gozado, la novela vivida y que, ahora, vuelve poderosa a adueñarse de nuestra imaginación. iQué infinitas, qué maravillosas posibilidades! O aún mejor. Consulte a su librero. Reciba el cariñoso consejo, la leve insinuación, el lúcido anuncio de una novedad o el no menos sabroso recordatorio de un raro libro nunca leído ni mucho menos conocido.

Aventúrese a leer tal y como hace en tantas otras cosas que sólo podemos vivir en el largo y cálido verano. ¡Verano, que bello tiempo para revivir en un libro el invierno! Como decía Lorca: «iQue buen tiempo el verano para escribir un poema sobre el invierno!»