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El arte africano se está revalorizando

Actualmente se propende a crear museos, o secciones especializadas en los grandes museos, que recogen, exponen, analizan y dasifican centenares y centenares de' piezas de esa procedencia. A los centros ya clásicos en la materia, existentes en Europa, se suma la avalancha de instituciones- o departamentos consagrados a recuperar el conocimiento de unos ámbitos que hasta hace bien poco tiempo carecían de la necesaria atención para hacerlos partícipes del gran concierto de las artes del planeta. Ejemplo de ello es la soberbia sección del Museo Metropolitano de Nueva York, magníficamente montada (1982) y generosamente dotada por la familia Rockefeller, en memoria de uno de sus miembros desaparecido en Nueva Guinea: Michael C. Rockefeller, hijo de Nelson A. Rockefeller, que perdió la vida en 1961 cuando se dedicaba al estudio del arte y la cultura del pueblo asmat.

Como es natural, muchos de los países africanos y oceánicos, donde estas fórmulas artísticas surgieron, han potenciado sus centros museológicos y buscado las posibilidades que las respectivas legislaciones nacionales ofrecen para evitar la sangría de obras de este carácter cada vez más buscadas por el mercado de arte internacional y el coleccionismo público y privado. De ello se han derivado las fundaciones sucesivas de museos convencionales y al aire libre, así como departamentos universitarios, que procuran una visión de conjunto sobre períodos y , realizaciones particulares de indudable importancia etnológica y sorprendente fascinación estética. 

Centrando la atención sobre Africa, es de justicia señalar que en esas áreas que se extienden al norte y al sur del ecuador, desde los desiertos saharianos a las tierras irrigadas por el Zambeze y el Limpopo, y del Golfo de Guinea al Océano Indico, nació un arte 'tan singular y original como. el de las grandes civilizaciones del mundo antiguo o las precolombinas de América. No obstante resulta muy problemático aún poner al día su historia por causa de la ausencia de archivos documentales, la inexperiencia en muchos casos acerca de los modos de sentir y pensar de ambientes determinados, bastante ignorancia en materia de religiones y múltiples dificultades derivadas de un clima despiadado que destruye los testimonios del pasado y complica la vida de los investigadores, todo ello además. obstaculizado por la necesidad de moverse en medio de una geografía intrincada y confusa. Sin embargo, a lo largo de las últimas décadas se ha avanzado en términos de información, merced a numerosas indagaciones, de manera muy notable. No hay que olvidar que las grandes sabanas del sur africano fueron permeables a los influjos que llegaban del exterior. 

También se poseen évidencias sobre los contactos que desde al antigüedad hubo a través de las rutas caravaneras del Sáhara con Egipto y Nubia, el Mediterráneo y el cercano Oriente. Además, por espacio de siglos, fueron llegando a la cuenca del Niger elementos culturales diversos, incluyendo algunos de origen judáico y bizantino. Conocidas muy pronto fueron las minas de oro de Africa, lo que condicionó la aparición de mercaderes, cuyas aportaciones, por mínimas que fuesen, nunca deben ser desdeñadas. En consecuencia el panorama resulta tan sugestivo como inexplicable, en razón de las sucesivas incorporaciones, superposiciones e interpenetraciones que, en grado muy distinto, afectaron a las diferentes zonas continentales.

En tomo al siglo IV de la era cristiana existían grandes estados en el Sudán, alterados después del siglo X por la progresiva presencia del Islam en estos territorios, religión reñida tradicionalmente con las representaciones de carácter figurativo, lo cual dio lugar a una iconoclastia que eliminó los vestigios del pasado. Por el contrario, en la costa atlántica y al sur del ecuador, se desarrolló una civilización plena de originalidad, que se encontraba en su apogeo cuando los primeros navegantes portugueses, a- mediados del siglo XV, comenzaron a establecerse en el litoral africano para consolidar su largo itinerario descubridor en demanda de la lejana India y las remotas islas de las especias. Entonces aquellos estados, otrora independientes y poderosos -Benin, Yoruba, Loango, Lunda y muchos más, casi inermes ante el acoso europeo, comenzaron su decadencia, acentuada por el trágico hecho del vergonzoso comercio de esclavos, que diezmó a sus habitantes durante 400 años. 

Entre estos reinos destaca el de Benin, hoy parte de Nigeria, por la riqueza y variedad de sus aportaciones artísticas, comprendidas entre los siglos XIII y XIX. Estas se personifican en sorprendentes bronces que tienen por temas principales las cabezas de sus reyes y reinas, múltiples animales -en particular gallos y leopardos, bajorrelieves decorativos que ornamentaban las fachadas de las residencias palaciegas, espadas, bastones, tambores, copas, brazaletes..., etc. Análogamente aparecen extraordinarias piezas de marfil: máscaras, estatuillas, colmillos tallados y todo ' géneros de objetos de réducidas dimensiones. Según es frecuente, los diferentes motivos registran las fases de iniciación, esplendor y crisis del mundo en que nacieron y paulatinamente las tareas de los investigadores han fraguado en una clasificación cronológica fiable que permite su catalogación.

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